martes, 8 de diciembre de 2009


Un cuento de medicinas

Hace mucho tiempo, existían unas criaturas siniestras que se dedicaban a robarse los inventos de otros. Esto tenía enojados a algunos pobladores, en especial a los habitantes de un pueblo llamado Pharma. “No es justo,” decían. “Pasamos horas inventando pociones medicinales, y otros nos roban la fórmula y hacen sus propias pociones.”

Un día, los habitantes de Pharma visitaron el Consejo de Reyes Poderosos y les rindieron tributo, para convencerlos de que los protegieran de los robos. Así que los señores de los Reinos Poderosos decidieron crear un hechizo para proteger los inventos de Pharma. Lo llamaron los Aspectos de los Derechos de Propiedad Intelectual relacionados con el Comercio (ADPIC). Con este fuerte hechizo, las ideas e inventos quedarían protegidos y ningún ser tenebroso podría robarlos. “Ahora,” dijo el Consejo de Reyes, “todo aquel que desee sanar su cuerpo enfermo, deberá entregar unos lingotes de oro a Pharma, para obtener la fórmula mágica.”

El nuevo hechizo provocó el enojo de algunos reinos lejanos, preocupados porque los ADPIC iban a dañar a su población. “Pobrecita de nuestra gente,” decía el soberano de Brasil, “los que son pobres, no tendrán con qué pagar las medicinas y sus cuerpos permanecerán enfermos.” “Además,” se lamentaba el señor de la India, “¿qué sucederá con aquellos pequeños mercaderes que utilizan ingredientes similares para hacer fórmulas equivalentes y venderlas por menos lingotes?”

Dichos soberanos se juntaron en el del Consejo de Reinos Emergentes y firmaron la Declaración de Doha. Este contra-hechizo demoraba los efectos de los ADPIC, y les daba tiempo a los pequeños mercaderes de preparar sus propias fórmulas antes de que estas quedaran protegidas bajo el encanto. Doha también permitía la “Licencia Obligatoria,” con la cual los soberanos podrían ordenar a Pharma que compartiera sus fórmulas cuando ocurriera una emergencia de salud nacional. 

El Reino de la India aprovechó el tiempo que obtuvo con la Declaración Doha para que sus pequeños mercaderes se organizaran. Formaron un gran tesoro que utilizarían para enfrentarse a los habitantes de Pharma, cuando éstos llegaran a la India protegidos por los ADPIC. Ese tesoro existe aún, y los mercaderes de equivalentes medicinales en India fabrican muchas pócimas mágicas que ayudan a millones de personas a sanar sus cuerpos enfermos sin que tengan que pagar en oro.

Los habitantes de Brasil no son amigos de los habitantes de Pharma. Un día, cuando muchos súbditos brasileños enfermaron de una terrible enfermedad llamada VIH/SIDA, fueron a exigir a su soberano que los protegiera. Llamaron muchas veces a la puerta del castillo hasta que, al fin, su rey les hizo caso, y obligó a Pharma a compartir su fórmula mágica, gracias a la “licencia obligatoria” que Doha permitía.

Así, utilizando las armas que la Declaración Doha y la imaginación permitían, estos y otros Reinos Emergentes lograron grandes triunfos.

Mientras tanto, un Reino Emergente llamado México prefirió aliarse con los Reinos Poderosos y predicó en contra de la Declaración de Doha. “Debemos proteger las patentes para que los habitantes de Pharma vengan a nuestro reino, y que nuestros pequeños mercaderes inventen sus propias fórmulas,” dijo un escudero blanquiazul. Y es que los señores de México habían firmado, tiempo antes, un pacto secreto con sus reinos vecinos del norte, llamado TLCAN, que los obligaba a tener fuertes hechizos que protegieran los inventos de Pharma. Así fue que los señores de México jamás utilizaron los contra-hechizos de Doha, ni tampoco les dieron a sus mercaderes otras armas para enfrentarse a los habitantes de Pharma.

En el Reino de México, los mercaderes no inventaron sus propias fórmulas sino que, al quedar débiles y sin tesoro, los habitantes de Pharma los hicieron desaparecer. También trajeron consigo pócimas medicinales tan caras tan caras, que muchos habitantes de México no las pueden pagar.

A lo mejor lo que falta en México es que los súbditos se organicen, como lo hicieron en Brasil, para pedir a su Rey que los proteja. Ya han llamado algunas veces a la puerta del castillo, pero deben de regresar y tocar con más fuerza, para asegurarse de que el soberano los escuche, y los salga a defender.









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