Un cuento de medicinas
Hace mucho
tiempo, existían unas criaturas siniestras que se dedicaban a robarse los
inventos de otros. Esto tenía enojados a algunos pobladores, en especial a los
habitantes de un pueblo llamado Pharma. “No es justo,” decían. “Pasamos horas
inventando pociones medicinales, y otros nos roban la fórmula y hacen sus
propias pociones.”
Un día, los
habitantes de Pharma visitaron el Consejo de Reyes Poderosos y les rindieron
tributo, para convencerlos de que los protegieran de los robos. Así que los
señores de los Reinos Poderosos decidieron crear un hechizo para proteger los
inventos de Pharma. Lo llamaron los Aspectos de los Derechos de Propiedad
Intelectual relacionados con el Comercio (ADPIC). Con este fuerte hechizo, las
ideas e inventos quedarían protegidos y ningún ser tenebroso podría robarlos. “Ahora,”
dijo el Consejo de Reyes, “todo aquel que desee sanar su cuerpo enfermo, deberá
entregar unos lingotes de oro a Pharma, para obtener la fórmula mágica.”
El nuevo hechizo
provocó el enojo de algunos reinos lejanos, preocupados porque los ADPIC iban a
dañar a su población. “Pobrecita de nuestra gente,” decía el soberano de Brasil,
“los que son pobres, no tendrán con qué pagar las medicinas y sus cuerpos
permanecerán enfermos.” “Además,” se lamentaba el señor de la India, “¿qué
sucederá con aquellos pequeños mercaderes que utilizan ingredientes similares
para hacer fórmulas equivalentes y venderlas por menos lingotes?”
Dichos
soberanos se juntaron en el del Consejo de Reinos Emergentes y firmaron la
Declaración de Doha. Este contra-hechizo demoraba los efectos de los ADPIC, y
les daba tiempo a los pequeños mercaderes de preparar sus propias fórmulas
antes de que estas quedaran protegidas bajo el encanto. Doha también permitía
la “Licencia Obligatoria,” con la cual los soberanos podrían ordenar a Pharma
que compartiera sus fórmulas cuando ocurriera una emergencia de salud
nacional.
El Reino de la
India aprovechó el tiempo que obtuvo con la Declaración Doha para que sus
pequeños mercaderes se organizaran. Formaron un gran tesoro que utilizarían
para enfrentarse a los habitantes de Pharma, cuando éstos llegaran a la India
protegidos por los ADPIC. Ese tesoro existe aún, y los mercaderes de
equivalentes medicinales en India fabrican muchas pócimas mágicas que ayudan a
millones de personas a sanar sus cuerpos enfermos sin que tengan que pagar en
oro.
Los habitantes de Brasil no son amigos de
los habitantes de Pharma. Un día, cuando muchos súbditos brasileños enfermaron
de una terrible enfermedad llamada VIH/SIDA, fueron a exigir a su soberano que
los protegiera. Llamaron muchas veces a la puerta del castillo hasta que, al
fin, su rey les hizo caso, y obligó a Pharma a compartir su fórmula mágica,
gracias a la “licencia obligatoria” que Doha permitía.
Así, utilizando las armas que la
Declaración Doha y la imaginación permitían, estos y otros Reinos Emergentes
lograron grandes triunfos.
Mientras tanto, un Reino Emergente llamado México prefirió aliarse con
los Reinos Poderosos y predicó en contra de la Declaración de Doha. “Debemos
proteger las patentes para que los habitantes de Pharma vengan a nuestro reino,
y que nuestros pequeños mercaderes inventen sus propias fórmulas,” dijo un
escudero blanquiazul. Y es que los señores de México habían firmado, tiempo
antes, un pacto secreto con sus reinos vecinos del norte, llamado TLCAN, que los
obligaba a tener fuertes hechizos que protegieran los inventos de Pharma. Así fue que los señores de México jamás utilizaron los contra-hechizos
de Doha, ni tampoco les dieron a sus mercaderes otras armas para enfrentarse a
los habitantes de Pharma.
En el Reino de
México, los mercaderes no inventaron sus propias fórmulas sino que, al quedar
débiles y sin tesoro, los habitantes de Pharma los hicieron desaparecer.
También trajeron consigo pócimas medicinales tan caras tan caras, que muchos
habitantes de México no las pueden pagar.
A lo mejor lo
que falta en México es que los súbditos se organicen, como lo hicieron en
Brasil, para pedir a su Rey que los proteja. Ya han llamado algunas veces a la
puerta del castillo, pero deben de regresar y tocar con más fuerza, para
asegurarse de que el soberano los escuche, y los salga a defender.
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