jueves, 25 de octubre de 2012

Lengua y cosmovisión amuzga



Este último mes, el trabajo en Xochistlahuaca lo dediqué fundamentalmente a aprender un poco más sobre la cultura e identidad amuzga. Lo que presento es una narración de los momentos más importantes en este proceso de acercarme a la parte subjetiva y simbólica.
Me preocupa caer en una descripción de tipo monográfica que deje de lado el poder que atraviesa la cultura, y la vinculación de ésta con la política. Me preocupa, en otro extremo,  embarcarme en un análisis de los aspectos intencional, convencional, estructural, referencial y contextual de la cultura, como sugiere Thompson en su propuesta de concepción estructural. Esto implicaría el riesgo de desviarme del tema central, además de que me parece demasiado esquemático y, por lo tanto, podría ser limitante.
Los siguientes son fragmentos de mi diario de campo. Es un trabajo inacabado, parte de un proceso de exploración y descubrimiento. Pero lo comparto por la cantidad de cosas que aprendí en sólo una semana, en la que logré abrirme y dejar de lado algunas de mis concepciones y prejuicios.

I
Cuando llegué a Xochistlahuaca, poquito después de las 8 de la mañana, Doña Petrona me esperaba sentada frente a su casa. “Fui a un rezo de un difunto y dieron atole y tamales, te guardé uno.” Me preguntó que si tenía taller con los niños, y le dije que esta vez quería conocer un poco más de los amuzgos. ¿Quiénes eran? ¿Cómo eran? ¿De dónde venían? Se me quedó viendo pensativa, creo que sin entender exactamente qué le estaba preguntando.
Traía conmigo mi acordeón: una lista de personas a quienes entrevistar. “A Tiburcio le puedes preguntar de la historia de las escuelas, Bartolo ha estudiado mucho el mito de origen, la abuela de Lolo te puede platicar del internado de indígenas, y Doña Élfega te puede hablar de la diferencia entre Xochis y Cozoyoapan,” había dicho Omar, hijo de Doña Petrona.
Ella me fue aclarando: “Tiburcio se fue para el norte, la abuela de Lolo está enferma, Doña Élfega no habla español pero si quieres te acompaño, Bartolo por ahí ha de andar.” Nos pusimos de acuerdo para ver cuándo íbamos a ver a cada uno, y luego me pidió que la actualizara en las noticias de sus amistades chilangas.
Más tarde me senté a escribir las preguntas para las entrevistas. ¿Qué les iba a preguntar a estas personas? ¿Qué exactamente era lo que quería averiguar? Me dijeron que en mi tesis hacía falta saber quiénes son los amuzgos, conocer la parte subjetiva. He hablado ya de la construcción histórica del territorio y de la autonomía, pero no he tocado el aspecto cultural. Y en gran parte por temor a caer en una monografía descriptiva. Caer en categorías como “la lengua”, “las fiestas”, “las artesanías.” ¿Pero qué otra cosa puedo hacer?
“La cosmovisión amuzga”. ¿Qué significa esto? ¿Cómo abordarla? ¿Cómo acercarme? Me doy cuenta de que este ejercicio implica, en ciertos sentidos, andar en contra de mi escepticismo. Hay partes de mí que ponen en duda la existencia de esta concepción abstracta. ¿Existe como tal, más allá de una idea? ¿Existe una identidad compartida entre amuzgos, construida y heredada, que tiene como base la historia, la lengua, el territorio? Si Anderson describe a la nación como una comunidad imaginaria, y Dubet y Bartolomé describen a la etnicidad como la expresión de un proyecto político, ¿la cosmovisión no será igual de instrumental?
Mi intuición me dice que una serie de conversaciones con personas de aquí no me llevará a distinguir un marco interpretativo, o una forma compartida de ver el mundo que sea específica de las personas que comparten el idioma amuzgo y el territorio de Suljaa. El tiempo que tengo es poco, me limita el idioma y mis propios marcos interpretativos, e incluso si lograra identificarla, probablemente me sería imposible describirla en papel sin simplificarla demasiado. Pero incluso ignorando estas limitantes, tal vez no exista tal cosa. Tal vez la idea de una cosmovisión amuzga sea una construcción romántica, creada desde afuera como instrumento para mirar, y no compartida por los amuzgos. El pensamiento o los rasgos culturales de una población pueden ser sistematizados u ordenados por actores externos, pero más allá de esto, ¿existe un algo entre todos los amuzgos, y sólo entre los amuzgos, que pudiera constituir una forma de interpretar el mundo y de relacionarse con él?
II
En la mañana fui a ver a Doña Maura, abuela de una de las niñas de la escuela. Cada vez que vengo me da sus artesanías para que las lleve a vender. La última vez le encargué unas servilletas, y le expliqué lo que necesitaba: “Sólo quiero que tengan una gallina en cada esquina, de color amarillo y café.” Hoy me enseñó las servilletas. Tenían las gallinas en cada esquina, sí; pero también tenían una serie de grecas, flores y figuras de colores: verde, rosa, gris, negro, azul y dorado. Ni amarillo, ni café. Agradecí y me llevé mis hermosas servilletas (que en verdad eran hermosas).
En el camino de vuelta pensé por qué Doña Maura no habría hecho las servilletas como le pedí. No es la primera vez que pasa: alguien me encarga una blusa azul, con flores sólo en el pecho, de tal tamaño y sin flecos, y al mes siguiente la señora me entrega una blusa roja, con flores por todos lados, más grande… y si tengo suerte, sin flecos.
No es que  se le haya olvidado lo que le encargué. Más bien consideró (y con razón) que la servilleta quedaría más linda si le ponía otras figuras y colores, y que las blusas se ven mejor con más grecas. Para ella, hacer un huipil no es cumplir con un pedido: es expresarse, compartirse, es crear algo bello. Doña Maura no es modista. Es artesana. Y así tengo que aprender a tratarla.
El telar de cintura es la artesanía más común en Xochistlahuaca. Cuando pregunto sobre la cultura amuzga, todos aquí lo mencionan. La mayoría de las mujeres usan huipiles hechos de telar o de manta y punto de cruz. En mi búsqueda de elementos o rasgos identitarios, me acerco a la cooperativa de artesanas y pregunto: “Las figuras que tejen en los telares, ¿son para decorar, o tienen algún significado?” Contestan que son “símbolos de otras cosas”. Pregunto si saben de qué cosas son símbolos, y se quedan en silencio. Ana me explica que el águila de dos cabezas es el escudo de Xochistlahuaca. “¿Qué significa?” pregunto. Ella me cuenta un cuento sobre un águila de dos cabezas que para huir se esconde debajo del huipil que tejía una mujer. “Algo así, no me acuerdo bien, pregúntale al maestro Avid que se sabe ese cuento.”
“¿Y las otras figuras?” Las mujeres hablan en amuzgo, apuntando las diversas figuras y sonriendo entre ellas. “No sabemos qué significan las otras”, me dice una al fin. “Sí sabemos,” corrige otra, “pero sabemos en amuzgo, no sabemos en español. No conocemos las palabras para decir esto en español.” Las demás asienten con la cabeza.
Quizá estas mujeres desconozcan alguna palabra en español para traducir, o al menos explicar, el significado del diseño en el huipil. O quizá las palabras que buscan no existen en español porque no hay en este idioma un concepto que exprese lo que significan esas grecas. No lo sé. De cualquier forma, el terreno lingüístico  se expresa como obstáculo para acercarme a… ¿otro mundo? Tal vez. Por ahora puedo decir, al menos, que me impide ver otra forma de interpretar las grecas en un huipil. Y eso, creo empezar a entender, es decir bastante.
III
En amuzgo, “el mundo o el universo se concibe como tsjoomnancue, palabra compuesta de tsjoom  (pueblo) y nn’ancue, (de las personas de en medio), o ‘el lugar que habitan los amuzgos.’ Por lo tanto todo aquel que no sea amuzgo es considerado invasor.” Eso apunta en su libro Bartolomé López Guzmán, el actual supervisor de la zona escolar 012, de Xochistlahuaca.
Dicen que el pueblo amuzgo viene de una isla en medio del mar. Se cree esto porque ellos llaman a su lengua Ñomndaa, o la palabra del agua, y a sí mismos nn’anncue, o personas de en medio. Además, en amuzgo existe la palabra para decir islas, cuando ellos no viven a orillas del mar, lo que hace suponer que tienen su origen en el mar.
Sol, de 14 años, dice que ella se sabía esa historia porque se la contó su papá hace tiempo, pero no se acuerda bien. Dice que también hay un cuento del águila de dos cabezas que contó una niña en su salón, y que por eso es el escudo de Xochis, pero tampoco se acuerda de esa historia.
IV
Era ya noche cuando llegó a la casa el maestro Genaro. Además de ser profesor en El Porvenir, fue integrante de las autoridades tradicionales y miembro activo del movimiento de lucha y oposición al gobierno caciquil en distintas etapas. Su participación en ese espacio fue importante, tanto así que estuvo preso un tiempo y recibió amenazas de muerte.
Empezó por contarme la historia de los amuzgos, no desde la isla sino desde la costa, diciendo que tuvieron que abandonarla “porque les dio miedo cuando llegaron los españoles con los negros y con la enfermedad.” Y luego habló de lucha agraria y tenencia.
Más tarde pregunté: “¿Cómo era antes la religión?” “Pues eran católicos, pues,” me dijo. “¿Pero antes de que llegaran los españoles?” Don Genaro se queda pensando. “Eso sí está un poco duro. Aquí pues católicos así, no tenían otro santo. Como es una manchita solamente los amuzgos, no es una tribu grande, nomás tenían la danza del tigre. Pero esa la aprendieron de los negros… Sólo que sea la danza de los moros… Pero esta también a lo mejor viene de la conquista. No sé, porque los maestros que enseñaban las danzas ya murieron. Es un poco difícil saber.”
A Don Genaro lo interpreto molesto por los cambios de los últimos años en Xochistlahuaca. Al hablar de las autoridades tradicionales expresa que la reciente conformación de este órgano se quedó sólo en el nombre, “fue nada más cosa de un tiempo,” pero no sirvió al final porque la gente “ya no sintió necesidad de volver a trabajar como antes en trabajos colectivos.” Al hablar de los médicos tradicionales, dice que ya casi no tienen pacientes porque “la gente grande se está acabando, la que tenía fe en las hojas que curan. La gente nueva ya no cree en eso, quieren otras medicinas.” Explica también, levantando la voz, que los jóvenes ya no usan bien el amuzgo, lo mezclan con el español “¡porque les da flojera decirlo completo en amuzgo, nomás por eso!”
“¿Por qué pasan estas cosas, maestro? ¿Por qué ha habido todos estos cambios?”
Don Genaro culpa, primordialmente, al gobierno. Dice que ha metido dinero, a través de programas sociales, y así acostumbra a la gente a recibir sin trabajar mucho. “No está enseñando a trabajar, sino a dar.” También en la educación menciona la intervención del gobierno: “Lo que está metiendo es perder las lenguas indígenas. El gobierno ya no quiere escuchar el mixteco, el amuzgo. Dice que todos somos iguales pero la verdad, no todos somos iguales… El gobernador que está ahorita mandó pantalón y camisa a todos los alumnos de primaria. ¿Qué quiere decir eso? Es para que los indígenas vayan perdiendo su ropa.”
Culpa también a la iglesia. El cura actual es mexicano, pero “es de fuera y está cambiando la costumbre de cómo se celebra al Santo, quiere que se arrimen para acá, que no le hagan ruido ahí junto, pero eso no está bien. No está bien que el cura quiera cambiar costumbres nuestras.”
Al final, otorga la responsabilidad al propio pueblo amuzgo. “La gente de fuera cambia las cosas, llega y borra un poquito de los amuzgos. Pero nosotros nos dejamos, por no explicarles a ellos cómo vivimos nosotros... El pueblo se queda pacífico y no exige ese respeto para valorar la costumbre. Se dejan que otra persona llegue a imponer cómo hacer cosas.”
Como ejemplo, habla de la elaboración de libros en amuzgo con la SEP. “De la versión que mandamos querían hacer cambios porque no tuvimos un lingüístico. ¿Cómo nos van a corregir, si nosotros somos los originarios, los que pronunciamos esta lengua? Ellos no viven aquí, aunque sean lingüísticos no son los que tienen la voz del amuzgo. Dijimos que no a sus correcciones.”
Le pregunto por qué le importa que se enseñe el amuzgo en la escuela. “Para que no se pierda.” “¿Y qué pasa si se pierde?” “Si se pierde, se acaban los amuzgos.” “Los amuzgos, ¿son diferentes de otros pueblos indígenas?” pregunto. Y más que nunca, Don Genaro está enojado. “¡Sí, pues! Los mixtecos, pues, ellos son diferentes. Son diferentes de los amuzgos porque ellos no están dentro de nosotros, tienen otra forma de vivir.”
Seguimos hablando un rato, y finalmente, cierra los ojos y se mece en la hamaca. “Otro día, niña, te cuento más cosas, pero mañana voy temprano a la pizca.”
V
Me quedé pensando en la entrevista de Don Genaro. Reviso mis notas, tratando de hacer encajar las piezas que parecen no tener sentido. En algún momento, el señor me dijo que los amuzgos “es una manchita solamente.” Unos minutos después, parecía sorprendido (hasta indignado), de que le preguntara por qué es importante que no se pierda el amuzgo, y si los amuzgos son diferentes a otros pueblos de la región. ¿Qué encuentra él en esa “manchita” que le hace defenderla así, que le preocupa tanto que los de afuera “borren un poquito de los amuzgos”?
Regreso a la idea de la cosmovisión y pienso en dos personas que me han mencionado algo parecido. El primero fue Omar, quien es amuzgo y estudia el doctorado en Ciencias Sociales en la UAM. Gracias a él conocí este lugar y cuando vengo me quedo con su familia: ellos me han abierto las puertas de su casa y, así, me han permitido aprender en este año lo que nunca pude haber comprendido desde el salón de clases. Un día, después de un par de chelas al lado del río, Omar mencionó la cosmovisión amuzga. Le pregunté a qué se refería y habló del respeto por la naturaleza y la capacidad de sentarse a escuchar los sonidos. Luego cambió de tema.
El segundo fue Avid Añorve, maestro bilingüe de primaria, que no pasa de los 35 años. En una entrevista en marzo de este año, habló de la identidad amuzga. La describió como
una forma de ser, vivir, actuar y relacionarse, que va más allá del hablar y vestir. Es una forma de vida que se ha perdido con la mezcla de culturas, pero que se puede rescatar... La forma de ser amuzga es ser trabajador, responsable, solidario y pacífico. Es una cosmovisión distinta.[1]
En la tarde me encontré con Avid. Entre bromas le dije que ahora andaba buscando la cosmovisión amuzga, que si no me ayudaba a encontrarla. Se rio diciendo “Eso es fácil, buscamos un par de abuelos que te la platiquen.” Luego agregó: “La cosmovisión es como el diablo. Todos saben que existe, pero nadie te la va a poder poner en palabras.” Y menos en palabras del español, pienso.
VI
Hoy platiqué con el maestro Bartolomé López. Como supervisor de zona, es y ha sido el principal promotor del proyecto de educación alternativa. Es también autor del libro “Los amuzgos y el municipio de Xochistlahuaca, Guerrero.” En él, establece que “la cosmovisión amuzga proviene de una estrecha relación con la naturaleza, a partir de la cual se considera a sus elementos como entes sobrenaturales.” Así, a secas.
Pasamos la primera hora hablando del proceso educativo en Xochistlahuaca, con sus inevitables vínculos con el proceso político. La segunda mitad, hablamos de los valores que deberían transmitirse en la escuela. Bartolomé habla de un divorcio o ruptura generacional. La escuela, entre otros agentes, ha contribuido a este divorcio, pues “en lugar de formar niños orgullosos de su pueblo y sus padres, se forman niños que reniegan de eso,” y que no quieren trabajar el campo. “Los jóvenes ya no sienten nada por la tierra. Lo vemos cuando los padres les heredan un pedazo de tierra y ellos lo primero que hacen es venderla... La escuela debería preparar niños que contribuyan al desarrollo de su pueblo, sin perder el sentido de identidad.”
Pregunto cómo se relaciona la escuela con ese sentido de identidad. Me habla de fomentar el uso de la lengua, y del uso de huipiles como uniforme (contribuye a mantener ese trabajo ancestral de las mujeres). “Si se pierde el telar, se pierde parte de la cultura.” El maestro sigue hablando y yo siento como que estoy leyendo algo para la UAM: “Hay que romper con esa idea de homogeneización. Nos han hecho creer que la diversidad es lo que empobrece, pero esto no es cierto. Hablar dos lenguas no empobrece, al contrario, enriquece. Es más valiosa una persona que habla la lengua indígena y el español que alguien que sólo habla español. Alguien puede usar su traje tradicional o puede usar también su pantalón sin perder su esencia.”
Insisto una vez más en preguntar: ¿Por qué no perder el amuzgo? “El amuzgo es parte de nuestra identidad, es lo que nos caracteriza. En la lengua hay mucho conocimiento, está la esencia, la filosofía, la forma de pensar de los amuzgos.” Aquí interviene por primera vez el maestro Cecilio, que durante toda la entrevista estuvo presente y en silencio: “En la lengua está la vida,” dice. “En el amuzgo está… ¿cómo se puede decir? Esta nuestra cosmovisión,” continúa el maestro Bartolo, y yo me siento feliz de que sea él quien lo haya mencionado. “Está la forma de entender la vida, de relacionarnos con la naturaleza. Si eso se pierde, nos vamos perdiendo nosotros.”
Si todo eso está en la lengua, ¿cómo le haría alguien como yo, que no hablo amuzgo, para entender un poco más a qué se refiere cuando habla de cosmovisión? Me dice que para poder entenderlo, habría que analizar los conceptos en esta lengua. Pone un ejemplo: “Cuando en amuzgo decimos matsei cue’ndaa, en español se traduciría estás derramando el agua. Pero lo que estás diciendo en amuzgo, es que estás matando el agua. Porque hay un ser del agua, un ser de los arroyos al que uno está matando cuando tira el agua.”
Y así, con peras y manzanas, surgen con más claridad que nunca las siluetas de un mundo inaprehensible para mí.
VII
En su texto “Gente de costumbre y gente de razón,” Miguel Bartolomé establece lo siguiente:
La identidad en acción, la etnicidad, puede ser definida como la manifestación política de lo étnico, en tanto que la cultura representa el componente civilizatorio que contribuye a configurarlo. La identidad manifestada como etnicidad posee una capacidad de definición contrastiva en la medida en que da que ser a diferentes actores sociales, señalando los perímetros que delimitan sus filiaciones. La cultura tiene una dimensión civilizatoria, puesto que representa el hacer de esas mismas identidades. (Bartolomé, 1998, 76)
Me queda claro que en Xochistlahuaca hay una fuerte recurrencia a la etnicidad, es decir, un uso de la identidad étnica para expresar uno (o, mejor dicho, varios) proyectos políticos. La identidad étnica constantemente ha sido bandera en la lucha por la autonomía y en el choque entre diversos proyectos: ambos bandos apelan a ella con insistencia.
Bartolomé aclara que, aunque la identidad puede basarse en la cultura, “no depende de un patrimonio exclusivo… puede inventarse, reconstruirse, apropiarse”  (76). Sin embargo, la identidad social de un grupo necesariamente se base en relaciones internas que constituyen un “nosotros exclusivo” y que “aparecen estructuradas con base en la compleja red de normas, valores y símbolos heredados, compartidos y transmitidos que constituye la cultura” (77). La construcción de la identidad étnica implica así “una selección de rasgos culturales a los que se recurre para dar un fundamento posible a la definición de la colectividad” (79).
A diferencia de otros grupos étnicos como los zapotecos, para los amuzgos, me parece, la lengua ha sido el componente privilegiado, el “signo emblemático” de la identidad. Y no porque no exista esa “red de normas, valores y símbolos heredados, compartidos y transmitidos” (y también inventados y reconstruidos). Éstos existen, y habitan en la lengua. Como invasora en este tsjoomnancue me es imposible desentrañarlos por entero. Pero creo que ahora, un poco más que hace un par de semanas, tengo un ty’oo ts’om, un corazón abierto para poco a poco, ir descubriendo esas siluetas.



[1] Avid Añorve. Entrevista en marzo 2012. Xochistlahuaca, Gro. (ver cuaderno Mead de hoja e insecto.)

martes, 26 de junio de 2012

Mi voto desmenuzado


Sé que tal vez es un poco tarde para esto, pero es que anoche soñé con las elecciones y hoy desperté con ganas de expresar mis razones para votar por López Obrador.

Empiezo por decir que ninguno de los candidatos va a resolver casi ninguno de los problemas que hoy nos aquejan. No por un problema de incapacidad, sino porque la solución no puede venir de ahí. Los problemas son tan profundos y tan sistémicos que resolverlos nos toca a todos. Si recurro al lugar común de decir que el cambio viene de abajo es porque me parece importante que desde ahí enfoquemos esta decisión. Porque entonces lo relevante no es sólo el que uno de estos tres personajes nos vaya a gobernar, sino también lo que representa el hecho de que gane uno de ellos. Es desde esa perspectiva que razono mi voto.

Entonces. De Quadri lo único que me convence es su spot publicitario de los lentes y el bigote: gran aportación a la cultura popular. Por lo demás, sus propuestas neoliberales, su agenda familiar, y los intereses particulares detrás del partido que representa hacen que sea mi última opción.

Por Peña Nieto no voy a votar, pero no por el simple hecho de que sea del PRI. En casi nueve décadas en el gobierno el PRI ha representado más que una ideología, un pragmatismo y una flexibilidad que hace difícil identificarlo con una forma de hacer política. Es decir, hay muchos PRIs, unos malos y otros no tanto. Se han hecho cosas buenas y ha habido presidentes mejores que otros. Pero Peña Nieto representa lo peor de ese PRI: la corrupción, la represión, la manipulación. Lo vemos en la gente que lo rodea, y lo vimos también en su gobierno al frente del Estado de México.

Pero más allá de que Peña pueda ser un mal o muy mal presidente, su mera victoria implicaría que como sociedad, nos dimos por vencidos. Que durante dos gobiernos intentamos una alternativa y, derrotados, regresamos al diablo por conocido, a lo que sabemos que es malo. Y eso me parece inaceptable.

Por Vázquez Mota tampoco voy a votar, porque representa la continuidad de un modelo que considero erróneo. Calderón ha sido uno de los peores presidentes que ha tenido este país. Para no alargarme demasiado, menciono dos argumentos para sustentar esto. En primer lugar, porque recurrió a la violencia y desató una guerra entre nosotros mismos que no ha resuelto los problemas de fondo. Y en segundo lugar, porque con los gobiernos panistas se han duplicado las concesiones mineras a empresas transnacionales, muchas de ellas para proyectos de minería a cielo abierto. Y la minería a cielo abierto me parece una de las actividades más dañinas para un país, injustificable por donde se vea: crea empleos inseguros, dañinos a la salud, temporales y mal pagados, genera daños ambientales irreparables, y la enorme mayoría de la riqueza extraída sale del país, aún tomando en cuenta los sobornos a funcionarios públicos. No voto por Vázquez Mota por varias razones, pero sobre todo es un no-voto de castigo a la manera en la que los gobiernos panistas han conducido el país hasta ahora.

Ahora bien. El Peje. Antes que nada una aclaración: él no es Hugo Chávez, México no es Venezuela, y Venezuela no es vecina de Estados Unidos. De hecho, el margen de acción de López Obrador estaría bastante limitado por una minoría perredista en el congreso, por la influencia de grupos de interés de distintos tipos en el país, y por la manera en la que México está inmerso en el sistema internacional. Los cambios que puede hacer un gobierno de izquierda en un sexenio en estas condiciones son pocos. Partiendo de esta base, mis razones para votar por él: 

Voto por López Obrador, primero (y esto es subjetivo), porque le creo su genuina preocupación por la desigualdad y la injusticia social y porque (como otros lo han dicho) comparto su diagnóstico de que éstos representan los principales problemas en México. Segundo, por su gabinete. Los dos casos más obvios y mencionados son Ebrard y de la Fuente. Pero quiero destacar aquí otros personajes que me parecen también muy acertados. Uno es Víctor Suárez, que estaría al frente de la SAGARPA. Lleva más de 30 años trabajando en proyectos productivos y comunitarios con campesinos de todo el territorio, en temas agrícolas, forestales y de soberanía alimentaria. Es una figura importante en los movimientos campesinos en el país, y desde ahí ha construido una plataforma de propuestas y proyectos en los que creo y a los que quiero apoyar con mi voto.

La otra es María Luisa Albores, propuesta para encabezar la Secretaría de la Reforma Agraria. Aunque se ha hablado mucho de desaparecer esta secretaría por considerarla obsoleta, López Obrador propone replantear sus funciones en respuesta a las carencias e inercias en materia agraria. Albores lleva casi una década trabajando en la Unión de Cooperativas Tosepan Titataniske, una organización indígena productora de café, pimienta y miel orgánica en Cuetzalan, Puebla. Este proyecto lleva casi 40 años funcionando, y a través de él más de 18 mil familias se han beneficiado de cooperativas productivas, micro-créditos, y sistemas alternativos de salud y educación. Sin duda María Luisa representa la posibilidad de entender el desarrollo comunitario desde la óptica territorial, con mayor participación de los implicados y, por ende, una administración de los recursos más justa.

Mi tercera razón para votar por AMLO es que en los últimos seis meses he estado en contacto con agricultores, maestros, defensores de derechos humanos, ambientalistas y líderes comunitarios, de los estados de Jalisco, Oaxaca y Guerrero, quienes desde sus comunidades llevan años trabajando en proyectos de transformación social. Y aunque no están afiliados a Morena ni al PRD, sí ven en López Obrador una mayor oportunidad de profundizar y continuar sus proyectos. Y no es un tema de depositar la responsabilidad en el gobierno, sino de creer en que un gobierno liderado por él abriría más espacios para este tipo de organización. Mi tercera y más importante razón para votar por AMLO tiene que ver, entonces, con la esperanza que él representa para esta gente que todos los días trabaja por construir un México más libre y justo. Así como el triunfo de Peña representaría la resignación, el del Peje representaría la esperanza y el empoderamiento de la sociedad organizada.

A lo mejor me equivoco en mi voto. Pero en todo caso prefiero equivocarme al tomar un riesgo, que equivocarme al perpetuar un régimen que desde siempre sé que no es el acertado.