Este último mes, el trabajo en
Xochistlahuaca lo dediqué fundamentalmente a aprender un poco más sobre la
cultura e identidad amuzga. Lo que presento es una narración de los momentos
más importantes en este proceso de acercarme a la parte subjetiva y simbólica.
Me preocupa
caer en una descripción de tipo monográfica que deje de lado el poder que
atraviesa la cultura, y la vinculación de ésta con la política. Me preocupa, en
otro extremo, embarcarme en un análisis
de los aspectos intencional, convencional, estructural, referencial y
contextual de la cultura, como sugiere Thompson en su propuesta de concepción
estructural. Esto implicaría el riesgo de desviarme del tema central, además de
que me parece demasiado esquemático y, por lo tanto, podría ser limitante.
Los
siguientes son fragmentos de mi diario de campo. Es un trabajo inacabado, parte
de un proceso de exploración y descubrimiento. Pero lo comparto por la cantidad
de cosas que aprendí en sólo una semana, en la que logré abrirme y dejar de
lado algunas de mis concepciones y prejuicios.
I
Cuando llegué a Xochistlahuaca, poquito después de las 8 de la mañana,
Doña Petrona me esperaba sentada frente a su casa. “Fui a un rezo de un difunto
y dieron atole y tamales, te guardé uno.” Me preguntó que si tenía taller con
los niños, y le dije que esta vez quería conocer un poco más de los amuzgos.
¿Quiénes eran? ¿Cómo eran? ¿De dónde venían? Se me quedó viendo pensativa, creo
que sin entender exactamente qué le estaba preguntando.
Traía conmigo mi acordeón: una lista de personas a
quienes entrevistar. “A Tiburcio le puedes preguntar de la historia de las
escuelas, Bartolo ha estudiado mucho el mito de origen, la abuela de Lolo te
puede platicar del internado de indígenas, y Doña Élfega te puede hablar de la
diferencia entre Xochis y Cozoyoapan,” había dicho Omar, hijo de Doña Petrona.
Ella me fue aclarando: “Tiburcio se fue para el
norte, la abuela de Lolo está enferma, Doña Élfega no habla español pero si
quieres te acompaño, Bartolo por ahí ha de andar.” Nos pusimos de acuerdo para
ver cuándo íbamos a ver a cada uno, y luego me pidió que la actualizara en las
noticias de sus amistades chilangas.
Más tarde me senté a escribir las preguntas para
las entrevistas. ¿Qué les iba a preguntar a estas personas? ¿Qué exactamente
era lo que quería averiguar? Me dijeron que en mi tesis hacía falta saber
quiénes son los amuzgos, conocer la parte subjetiva. He hablado ya de la
construcción histórica del territorio y de la autonomía, pero no he tocado el
aspecto cultural. Y en gran parte por temor a caer en una monografía
descriptiva. Caer en categorías como “la lengua”, “las fiestas”, “las
artesanías.” ¿Pero qué otra cosa puedo hacer?
“La cosmovisión amuzga”. ¿Qué significa esto? ¿Cómo
abordarla? ¿Cómo acercarme? Me doy cuenta de que este ejercicio implica, en
ciertos sentidos, andar en contra de mi escepticismo. Hay partes de mí que
ponen en duda la existencia de esta concepción abstracta. ¿Existe como tal, más
allá de una idea? ¿Existe una identidad compartida entre amuzgos, construida y
heredada, que tiene como base la historia, la lengua, el territorio? Si
Anderson describe a la nación como una comunidad imaginaria, y Dubet y
Bartolomé describen a la etnicidad como la expresión de un proyecto político,
¿la cosmovisión no será igual de instrumental?
Mi intuición me dice que una serie de
conversaciones con personas de aquí no me llevará a distinguir un marco
interpretativo, o una forma compartida de ver el mundo que sea específica de
las personas que comparten el idioma amuzgo y el territorio de Suljaa. El
tiempo que tengo es poco, me limita el idioma y mis propios marcos
interpretativos, e incluso si lograra identificarla, probablemente me sería
imposible describirla en papel sin simplificarla demasiado. Pero incluso
ignorando estas limitantes, tal vez no exista tal cosa. Tal vez la idea de una
cosmovisión amuzga sea una construcción romántica, creada desde afuera como instrumento
para mirar, y no compartida por los amuzgos. El pensamiento o los rasgos
culturales de una población pueden ser sistematizados u ordenados por actores
externos, pero más allá de esto, ¿existe un algo
entre todos los amuzgos, y sólo entre los amuzgos, que pudiera constituir una
forma de interpretar el mundo y de relacionarse con él?
II
En la mañana fui a ver a Doña Maura, abuela de una de las niñas de la
escuela. Cada vez que vengo me da sus artesanías para que las lleve a vender.
La última vez le encargué unas servilletas, y le expliqué lo que necesitaba:
“Sólo quiero que tengan una gallina en cada esquina, de color amarillo y café.”
Hoy me enseñó las servilletas. Tenían las gallinas en cada esquina, sí; pero
también tenían una serie de grecas, flores y figuras de colores: verde, rosa,
gris, negro, azul y dorado. Ni amarillo, ni café. Agradecí y me llevé mis
hermosas servilletas (que en verdad eran hermosas).
En el camino de vuelta pensé por qué Doña Maura no
habría hecho las servilletas como le pedí. No es la primera vez que pasa:
alguien me encarga una blusa azul, con flores sólo en el pecho, de tal tamaño y
sin flecos, y al mes siguiente la señora me entrega una blusa roja, con flores
por todos lados, más grande… y si tengo suerte, sin flecos.
No es que se
le haya olvidado lo que le encargué. Más bien consideró (y con razón) que la
servilleta quedaría más linda si le ponía otras figuras y colores, y que las
blusas se ven mejor con más grecas. Para ella, hacer un huipil no es cumplir
con un pedido: es expresarse, compartirse, es crear algo bello. Doña Maura no
es modista. Es artesana. Y así tengo que aprender a tratarla.
El telar de cintura es la artesanía más común en
Xochistlahuaca. Cuando pregunto sobre la cultura amuzga, todos aquí lo mencionan.
La mayoría de las mujeres usan huipiles hechos de telar o de manta y punto de
cruz. En mi búsqueda de elementos o rasgos identitarios, me acerco a la
cooperativa de artesanas y pregunto: “Las figuras que tejen en los telares,
¿son para decorar, o tienen algún significado?” Contestan que son “símbolos de
otras cosas”. Pregunto si saben de qué cosas son símbolos, y se quedan en
silencio. Ana me explica que el águila de dos cabezas es el escudo de
Xochistlahuaca. “¿Qué significa?” pregunto. Ella me cuenta un cuento sobre un
águila de dos cabezas que para huir se esconde debajo del huipil que tejía una
mujer. “Algo así, no me acuerdo bien, pregúntale al maestro Avid que se sabe
ese cuento.”
“¿Y las otras figuras?” Las mujeres hablan en
amuzgo, apuntando las diversas figuras y sonriendo entre ellas. “No sabemos qué
significan las otras”, me dice una al fin. “Sí sabemos,” corrige otra, “pero
sabemos en amuzgo, no sabemos en español. No conocemos las palabras para decir
esto en español.” Las demás asienten con la cabeza.
Quizá estas mujeres desconozcan alguna palabra en
español para traducir, o al menos explicar, el significado del diseño en el
huipil. O quizá las palabras que buscan no existen en español porque no hay en
este idioma un concepto que exprese lo que significan esas grecas. No lo sé. De
cualquier forma, el terreno lingüístico
se expresa como obstáculo para acercarme a… ¿otro mundo? Tal vez. Por
ahora puedo decir, al menos, que me impide ver otra forma de interpretar las
grecas en un huipil. Y eso, creo empezar a entender, es decir bastante.
III
En amuzgo, “el mundo o el universo se concibe como tsjoomnancue, palabra compuesta de tsjoom
(pueblo) y nn’ancue, (de las
personas de en medio), o ‘el lugar que habitan los amuzgos.’ Por lo tanto todo
aquel que no sea amuzgo es considerado invasor.” Eso apunta en su libro
Bartolomé López Guzmán, el actual supervisor de la zona escolar 012, de
Xochistlahuaca.
Dicen que el pueblo amuzgo viene de una isla en
medio del mar. Se cree esto porque ellos llaman a su lengua Ñomndaa, o la palabra del agua, y a sí mismos nn’anncue, o personas de en
medio. Además, en amuzgo existe la palabra para decir islas, cuando ellos no viven a orillas del mar, lo que hace suponer
que tienen su origen en el mar.
Sol, de 14 años, dice que ella se sabía esa
historia porque se la contó su papá hace tiempo, pero no se acuerda bien. Dice
que también hay un cuento del águila de dos cabezas que contó una niña en su
salón, y que por eso es el escudo de Xochis, pero tampoco se acuerda de esa
historia.
IV
Era ya noche cuando llegó a la casa el maestro Genaro. Además de ser
profesor en El Porvenir, fue integrante de las autoridades tradicionales y
miembro activo del movimiento de lucha y oposición al gobierno caciquil en
distintas etapas. Su participación en ese espacio fue importante, tanto así que
estuvo preso un tiempo y recibió amenazas de muerte.
Empezó por contarme la historia de los amuzgos, no
desde la isla sino desde la costa, diciendo que tuvieron que abandonarla
“porque les dio miedo cuando llegaron los españoles con los negros y con la
enfermedad.” Y luego habló de lucha agraria y tenencia.
Más tarde pregunté: “¿Cómo era antes la religión?”
“Pues eran católicos, pues,” me dijo. “¿Pero antes de que llegaran los
españoles?” Don Genaro se queda pensando. “Eso sí está un poco duro. Aquí pues
católicos así, no tenían otro santo. Como es una manchita solamente los
amuzgos, no es una tribu grande, nomás tenían la danza del tigre. Pero esa la
aprendieron de los negros… Sólo que sea la danza de los moros… Pero esta
también a lo mejor viene de la conquista. No sé, porque los maestros que
enseñaban las danzas ya murieron. Es un poco difícil saber.”
A Don Genaro lo interpreto molesto por los cambios
de los últimos años en Xochistlahuaca. Al hablar de las autoridades
tradicionales expresa que la reciente conformación de este órgano se quedó sólo
en el nombre, “fue nada más cosa de un tiempo,” pero no sirvió al final porque
la gente “ya no sintió necesidad de volver a trabajar como antes en trabajos
colectivos.” Al hablar de los médicos tradicionales, dice que ya casi no tienen
pacientes porque “la gente grande se está acabando, la que tenía fe en las
hojas que curan. La gente nueva ya no cree en eso, quieren otras medicinas.”
Explica también, levantando la voz, que los jóvenes ya no usan bien el amuzgo,
lo mezclan con el español “¡porque les da flojera decirlo completo en amuzgo,
nomás por eso!”
“¿Por qué pasan estas cosas, maestro? ¿Por qué ha habido todos estos
cambios?”
Don Genaro culpa, primordialmente, al gobierno.
Dice que ha metido dinero, a través de programas sociales, y así acostumbra a
la gente a recibir sin trabajar mucho. “No está enseñando a trabajar, sino a
dar.” También en la educación menciona la intervención del gobierno: “Lo que está
metiendo es perder las lenguas indígenas. El gobierno ya no quiere escuchar el
mixteco, el amuzgo. Dice que todos somos iguales pero la verdad, no todos somos
iguales… El gobernador que está ahorita mandó pantalón y camisa a todos los
alumnos de primaria. ¿Qué quiere decir eso? Es para que los indígenas vayan
perdiendo su ropa.”
Culpa también a la iglesia. El cura actual es
mexicano, pero “es de fuera y está cambiando la costumbre de cómo se celebra al
Santo, quiere que se arrimen para acá, que no le hagan ruido ahí junto, pero
eso no está bien. No está bien que el cura quiera cambiar costumbres nuestras.”
Al final, otorga la responsabilidad al propio pueblo amuzgo. “La gente
de fuera cambia las cosas, llega y borra un poquito de los amuzgos. Pero
nosotros nos dejamos, por no explicarles a ellos cómo vivimos nosotros... El
pueblo se queda pacífico y no exige ese respeto para valorar la costumbre. Se
dejan que otra persona llegue a imponer cómo hacer cosas.”
Como ejemplo, habla de la elaboración de libros en
amuzgo con la SEP. “De la versión que mandamos querían hacer cambios porque no
tuvimos un lingüístico. ¿Cómo nos van a corregir, si nosotros somos los
originarios, los que pronunciamos esta lengua? Ellos no viven aquí, aunque sean
lingüísticos no son los que tienen la voz del amuzgo. Dijimos que no a sus
correcciones.”
Le pregunto por qué le importa que se enseñe el
amuzgo en la escuela. “Para que no se pierda.” “¿Y qué pasa si se pierde?” “Si
se pierde, se acaban los amuzgos.” “Los amuzgos, ¿son diferentes de otros
pueblos indígenas?” pregunto. Y más que nunca, Don Genaro está enojado. “¡Sí,
pues! Los mixtecos, pues, ellos son diferentes. Son diferentes de los amuzgos
porque ellos no están dentro de nosotros, tienen otra forma de vivir.”
Seguimos hablando un rato, y finalmente, cierra los
ojos y se mece en la hamaca. “Otro día, niña, te cuento más cosas, pero mañana
voy temprano a la pizca.”
V
Me quedé pensando en la entrevista de Don Genaro. Reviso mis notas,
tratando de hacer encajar las piezas que parecen no tener sentido. En algún
momento, el señor me dijo que los amuzgos “es una manchita solamente.” Unos
minutos después, parecía sorprendido (hasta indignado), de que le preguntara
por qué es importante que no se pierda el amuzgo, y si los amuzgos son diferentes
a otros pueblos de la región. ¿Qué encuentra él en esa “manchita” que le hace
defenderla así, que le preocupa tanto que los de afuera “borren un poquito de
los amuzgos”?
Regreso a la idea de la cosmovisión y pienso en dos
personas que me han mencionado algo parecido. El primero fue Omar, quien es
amuzgo y estudia el doctorado en Ciencias Sociales en la UAM. Gracias a él
conocí este lugar y cuando vengo me quedo con su familia: ellos me han abierto
las puertas de su casa y, así, me han permitido aprender en este año lo que
nunca pude haber comprendido desde el salón de clases. Un día, después de un
par de chelas al lado del río, Omar mencionó la cosmovisión amuzga. Le pregunté
a qué se refería y habló del respeto por la naturaleza y la capacidad de
sentarse a escuchar los sonidos. Luego cambió de tema.
El segundo fue Avid Añorve, maestro bilingüe de
primaria, que no pasa de los 35 años. En una entrevista en marzo de este año,
habló de la identidad amuzga. La describió como
una forma de ser, vivir, actuar y
relacionarse, que va más allá del hablar y vestir. Es una forma de vida que se
ha perdido con la mezcla de culturas, pero que se puede rescatar... La forma de
ser amuzga es ser trabajador, responsable, solidario y pacífico. Es una
cosmovisión distinta.[1]
En la tarde me encontré con Avid. Entre bromas le dije que ahora
andaba buscando la cosmovisión amuzga, que si no me ayudaba a encontrarla. Se
rio diciendo “Eso es fácil, buscamos un par de abuelos que te la platiquen.”
Luego agregó: “La cosmovisión es como el diablo. Todos saben que existe, pero
nadie te la va a poder poner en palabras.” Y menos en palabras del español,
pienso.
VI
Hoy platiqué con el maestro Bartolomé López. Como supervisor de zona,
es y ha sido el principal promotor del proyecto de educación alternativa. Es
también autor del libro “Los amuzgos y el municipio de Xochistlahuaca,
Guerrero.” En él, establece que “la cosmovisión amuzga proviene de una estrecha
relación con la naturaleza, a partir de la cual se considera a sus elementos
como entes sobrenaturales.” Así, a secas.
Pasamos la primera hora hablando del proceso
educativo en Xochistlahuaca, con sus inevitables vínculos con el proceso
político. La segunda mitad, hablamos de los valores que deberían transmitirse
en la escuela. Bartolomé habla de un divorcio o ruptura generacional. La
escuela, entre otros agentes, ha contribuido a este divorcio, pues “en lugar de
formar niños orgullosos de su pueblo y sus padres, se forman niños que reniegan
de eso,” y que no quieren trabajar el campo. “Los jóvenes ya no sienten nada
por la tierra. Lo vemos cuando los padres les heredan un pedazo de tierra y
ellos lo primero que hacen es venderla... La escuela debería preparar niños que
contribuyan al desarrollo de su pueblo, sin perder el sentido de identidad.”
Pregunto cómo se relaciona la escuela con ese
sentido de identidad. Me habla de fomentar el uso de la lengua, y del uso de
huipiles como uniforme (contribuye a mantener ese trabajo ancestral de las
mujeres). “Si se pierde el telar, se pierde parte de la cultura.” El maestro
sigue hablando y yo siento como que estoy leyendo algo para la UAM: “Hay que
romper con esa idea de homogeneización. Nos han hecho creer que la diversidad
es lo que empobrece, pero esto no es cierto. Hablar dos lenguas no empobrece,
al contrario, enriquece. Es más valiosa una persona que habla la lengua
indígena y el español que alguien que sólo habla español. Alguien puede usar su
traje tradicional o puede usar también su pantalón sin perder su esencia.”
Insisto una vez más en preguntar: ¿Por qué no
perder el amuzgo? “El amuzgo es parte de nuestra identidad, es lo que nos
caracteriza. En la lengua hay mucho conocimiento, está la esencia, la
filosofía, la forma de pensar de los amuzgos.” Aquí interviene por primera vez
el maestro Cecilio, que durante toda la entrevista estuvo presente y en
silencio: “En la lengua está la vida,” dice. “En el amuzgo está… ¿cómo se puede
decir? Esta nuestra cosmovisión,” continúa el maestro Bartolo, y yo me siento
feliz de que sea él quien lo haya mencionado. “Está la forma de entender la
vida, de relacionarnos con la naturaleza. Si eso se pierde, nos vamos perdiendo
nosotros.”
Si todo eso está en la lengua, ¿cómo le haría
alguien como yo, que no hablo amuzgo, para entender un poco más a qué se refiere
cuando habla de cosmovisión? Me dice que para poder entenderlo, habría que
analizar los conceptos en esta lengua. Pone un ejemplo: “Cuando en amuzgo
decimos matsei cue’ndaa, en español
se traduciría estás derramando el agua.
Pero lo que estás diciendo en amuzgo, es que estás matando el agua. Porque hay un ser del agua, un ser de los
arroyos al que uno está matando cuando tira el agua.”
Y así, con peras y manzanas, surgen con más claridad que nunca las
siluetas de un mundo inaprehensible para mí.
VII
En su texto
“Gente de costumbre y gente de razón,” Miguel Bartolomé establece lo siguiente:
La identidad en acción, la etnicidad, puede ser
definida como la manifestación política de lo étnico, en tanto que la cultura
representa el componente civilizatorio que contribuye a configurarlo. La
identidad manifestada como etnicidad posee una capacidad de definición
contrastiva en la medida en que da que ser a diferentes actores sociales,
señalando los perímetros que delimitan sus filiaciones. La cultura tiene una
dimensión civilizatoria, puesto que representa el hacer de esas mismas
identidades. (Bartolomé, 1998, 76)
Me queda claro que en Xochistlahuaca hay una fuerte recurrencia a la
etnicidad, es decir, un uso de la identidad étnica para expresar uno (o, mejor
dicho, varios) proyectos políticos. La identidad étnica constantemente ha sido
bandera en la lucha por la autonomía y en el choque entre diversos proyectos:
ambos bandos apelan a ella con insistencia.
Bartolomé aclara que, aunque la identidad puede
basarse en la cultura, “no depende de un patrimonio exclusivo… puede
inventarse, reconstruirse, apropiarse”
(76). Sin embargo, la identidad social de un grupo necesariamente se
base en relaciones internas que constituyen un “nosotros exclusivo” y que
“aparecen estructuradas con base en la compleja red de normas, valores y
símbolos heredados, compartidos y transmitidos que constituye la cultura” (77).
La construcción de la identidad étnica implica así “una selección de rasgos
culturales a los que se recurre para dar un fundamento posible a la definición
de la colectividad” (79).
A diferencia de otros grupos étnicos como los
zapotecos, para los amuzgos, me parece, la lengua ha sido el componente
privilegiado, el “signo emblemático” de la identidad. Y no porque no exista esa
“red de normas, valores y símbolos heredados, compartidos y transmitidos” (y
también inventados y reconstruidos). Éstos existen, y habitan en la lengua.
Como invasora en este tsjoomnancue me
es imposible desentrañarlos por entero. Pero creo que ahora, un poco más que
hace un par de semanas, tengo un ty’oo
ts’om, un corazón abierto para poco a poco, ir descubriendo esas siluetas.
[1]
Avid Añorve. Entrevista en marzo 2012. Xochistlahuaca, Gro. (ver cuaderno Mead
de hoja e insecto.)